Partners03/10/2025

Regeneración de biosistemas tras un verano devastador: cómo proteger el suelo para evitar la erosión

El verano de 2025 ha dejado una huella profunda en diversos lugares de España, entre ellos la provincia de León. Con cerca de 80.000 hectáreas arrasadas por el fuego, la magnitud del desastre obliga a actuar con rapidez para evitar una segunda catástrofe: la pérdida irreversible del suelo fértil. Por primera vez en muchos años, las administraciones han decidido recurrir a la contratación de técnicas especializadas de regeneración post-incendio.

Para ello, la administración ha contado con la experiencia de nuestro partner Projar, que ya está trabajando para comenzar a hacer ensayos en algunos puntos de la provincia de León.  “Si caen lluvias torrenciales sobre un suelo quemado y desnudo, se pierde en días lo que tarda décadas en formarse”, advierte Alfonso Fernández, ingeniero agrónomo y delegado de PROJAR, empresa especializada en soluciones de bioingeniería. La prioridad tras un incendio no es plantar árboles, sino proteger el suelo. A pesar de haber sufrido el fuego, este mantiene semillas y materia orgánica que pueden regenerar la cubierta vegetal si no son arrastradas. “El objetivo es evitar la erosión y conservar esa capa fértil”, explica Alfonso. “Si conseguimos que no se lave con las primeras lluvias, en tres años podemos tener de nuevo cobertura herbácea y arbustiva. Si se pierde, la regeneración puede tardar seis, siete u ocho años, o incluso décadas en el caso del arbolado”.

Innovación en técnicas tradicionales

Aunque las técnicas de bioingeniería que se aplican no son nuevas, PROJAR aporta materiales desarrollados específicamente para aumentar su eficacia y acelerar los procesos. Una de las más efectivas es la colocación de biorrollos, cilindros de fibra de coco compactada que se instalan en taludes y pendientes para ralentizar la velocidad del agua y evitar el arrastre de suelo. Otra opción es cubrir los montículos hechos con ramas y restos forestales de la propia zona con redes de coco biodegradables, que se fijan al terreno y evitan que las lluvias arrastren ese material. También se utiliza el mulch de hidrosiembra, que proyectado sobre el suelo permite cubrir y, por tanto, proteger la superficie del suelo. Además, permite la incorporación de semillas, abonos y activadores microbiológicos que aceleran el proceso de revegetación.

“Trabajamos tanto con materiales creados en laboratorio como con recursos propios de la zona”, señala Fernández. “La innovación también está en saber aprovechar los restos de ramas y troncos que deja el incendio, combinándolos con redes de coco para generar barreras protectoras”.

La urgencia de actuar

El reto es actuar rápido en las zonas más vulnerables, aunque la dimensión del incendio haga imposible abarcarlo todo. “Estamos hablando de 80.000 hectáreas, el equivalente a 80.000 campos de fútbol”, recuerda el ingeniero agrónomo. “Es una barbaridad. Solo se puede intervenir en áreas críticas: cursos de agua, zonas cercanas a poblaciones o espacios de especial valor ecológico”.

En esta primera fase se están llevando a cabo pruebas piloto en superficies de 3.000 a 4.000 metros cuadrados. “Sobre 80.000 hectáreas puede parecer insignificante, pero es el paso necesario para probar qué técnicas funcionan mejor y luego aplicarlas a mayor escala”, explica. La experiencia de otros incendios demuestra que el factor natural es determinante. En Bejís (Castellón), tras el incendio de 2023, la cobertura vegetal del suelo se está regenerando rápidamente gracias a la coincidencia con temporadas lluviosas, pero sin episodios torrenciales, mientras que en Azuébar, la erosión ha impedido la recuperación incluso seis o siete años después. “La diferencia está en mantener conservar o perder esa fracción fértil rica en materia orgánica que facilita conservar el germen del biosistema”, insiste Fernández. “Un bosque puede tardar 40 o 50 años en volver a ser un biosistema maduro, pero la cobertura vegetal que lo inicia puede lograrse en apenas tres si se protege el suelo”.

La oportunidad de invertir en bioingeniería

Los incendios de este verano han supuesto un punto de inflexión en la gestión post-incendio. “No es que estas técnicas no existieran antes, es que hasta ahora no se destinaban fondos a aplicarlas en incendios forestales”, afirma Fernández. “El volumen de la catástrofe ha hecho saltar las alarmas: o invertimos en proteger el suelo o vamos a tener una segunda catástrofe ligada a la erosión”.

El encargo de la administración a PROJAR marca un cambio de tendencia. “Hasta ahora, lo habitual era dejar que el monte se regenerara por sí solo, pero con incendios de esta magnitud y con lluvias torrenciales cada vez más frecuentes, no se puede confiar solo en la suerte”, añade. El trabajo de Fernández y su equipo es un ejemplo de cómo la formación en ingeniería agronómica se aplica en campos muy diversos. “Muchas de estas técnicas se han utilizado en restauración de minas o en áreas degradadas, plantas fotovoltaicas o parques eólicos. Ahora las estamos aplicando al ámbito forestal tras los incendios”, explica.

Mirando al futuro

La recuperación del monte leonés será lenta y dependerá en gran medida de la respuesta natural del ecosistema. Pero la combinación de técnicas tradicionales, materiales innovadores y conocimiento agronómico puede marcar la diferencia. “Con estos sistemas buscamos ganar tiempo”, resume Alfonso Fernández. “Si protegemos el suelo, damos al bosque la oportunidad de regenerarse más rápido. Si lo perdemos, estamos hablando de décadas de retraso. La elección es clara”.