“Colgué la bata y me puse las botas para aplicar la ciencia en la vida real del agricultor y mejorar su día a día”
La trayectoria de Ana García Rández está marcada por un hilo conductor claro: acercar la ciencia al campo para mejorar la vida de los agricultores. Ingeniera agrónoma formada en la Universitat Politècnica de València, comenzó su carrera en laboratorios universitarios, donde descubrió la magia de la microbiología y el compostaje, pero también la necesidad de dar un paso más allá y trasladar ese conocimiento al terreno. De ahí pasó a dirigir proyectos de regadío e infraestructuras hidráulicas en Baleares, experiencias que le enseñaron la importancia de la gestión de equipos, la planificación y, sobre todo, el impacto real que puede tener la ingeniería aplicada en la vida de las personas y en el medio ambiente. Hoy combina su faceta investigadora en el Grupo de Agroquímica Aplicada y Medio Ambiente de la Universidad Miguel Hernández de Elche con la dirección de la Finca Experimental Sinyent, un espacio de innovación agraria de AVA-Asaja que busca soluciones útiles, sostenibles y cercanas para un sector en plena transformación.
¿Qué fue lo que te motivó a estudiar ingeniería agronómica y cómo recuerdas aquella etapa de formación?
Conocía a personas que estaban estudiando ingeniería agronómica cuando me tocó elegir estudios universitarios, y la carrera les estaba encantando. Para mí era una opción que incorporaba una parte técnica a través de la ingeniería, y otra científica, con materias como biología o fisiología. Además, mi familia había tenido contacto con la agricultura desde siempre.
Tu carrera profesional es muy diversa, has estado desde investigando en laboratorio hasta llevando jefaturas de obras en infraestructuras hidráulicas. ¿Qué aprendizajes adquiriste en esa primera etapa en el sector público y privado?
Fue un aprendizaje de vida muy grande, porque dirigir equipos de encargados y capataces, tanto en obra civil como en obra forestal, para una chica que llegaba de Valencia, joven e ingeniera, era complicado, y además estaba fuera de casa. Pero aprendí muchísimo: a organizar tareas y dirigir equipos, calcular costes, ejecutar proyectos, muchísima diplomacia. Fue un descubrimiento, porque asignaturas que me había resultado complicado estudiar en la carrera o que no había disfrutado demasiado con ellas en su momento, como la topografía o la hidráulica, cuando las ves aplicadas en la realidad te llenan mucho. Fue una época de muchísimo trabajo, pero también de gran aprendizaje, personal y profesional.
Hacer un regadío y llevar agua al campo cambia la vida de la gente: mejora su economía, su ganado y la sostenibilidad de los ecosistemas insulares
¿Qué es lo que más satisfacción te daba de aquellos proyectos?
Hacer cosas reales que mejoraban situaciones reales. Hacer un regadío y llevar el agua a la puerta del campo de la gente les cambia la vida, por eso me gusta tanto la ingeniería aplicada, es muy enriquecedora para mí. Les das posibilidades de hacer cosas diferentes, de mejorar su economía, su competitividad, establecer rotaciones de cultivo que sin agua son imposibles. En Menorca, donde yo estaba, hay mucho vacuno de leche y el regadío suponía poder sembrar pastos más ricos para tener mejores ensilados. Además, dejaron de sobreexplotar los acuíferos porque el regadío utilizaba agua regenerada de terciario de depuradora y de desaladora, con lo cual frenábamos la intrusión marina al dejar de extraer agua del acuífero y rellenarlo con la posible percolación del agua de riego, lo que generaba un plus medioambiental para la sostenibilidad de los biosistemas en la isla.
Antes habías trabajado en laboratorio, cuéntanos tu experiencia en ese ámbito.
Siempre he dicho que colgué la bata y me puse las botas. Las botas de trabajar, porque cambié un laboratorio en la universidad, un ambiente científico y académico en el que a veces me costaba ver la conexión de la ciencia básica con la mejora de la vida real del agricultor, por estar a pie de campo. Sin embargo, aprendí a investigar, a desarrollar ensayos científicos, desarrollé espíritu crítico, aprendí a no hacer afirmaciones si no están científicamente validadas. Disfruté de varias becas y contratos mientras terminaba la carrera, que luego prolongué un par de años más hasta que decidí dar ese salto, salir de un ambiente controlado y académico, a poder mejorar la vida real de los agricultores, a estar más cerca de ellos.
El compostaje me fascina porque convierte lo que llamamos residuo en un recurso valioso y accesible, que ofrece soberanía y sostenibilidad al agricultor de proximidad
También trabajaste en proyectos de regadío, de telecontrol, de gestión forestal. ¿Cómo ha evolucionado la tecnología desde aquellos años hasta ahora?
En aquellos años, sobre 2008, nadie se planteaba hacer vuelos con dron, ni utilizar el Sentinel, ni toda esta tecnología, que entonces estaba en desarrollo. Cuando tenía que hacer mediciones, me iba por la mitad del bosque, mitad del campo a hacer, por ejemplo, mediciones de márgenes de pared seca, de longitud de tubería. Ahora pienso en hacer esas actuaciones o sacar un presupuesto utilizando toda esa tecnología y ¡vaya cambio! Ahora, con un vuelo de dron o con un paso del satélite puedes ver el antes y el después de cualquier ejecución para poder certificarla perfectamente: un aclareo, un desbroce, la colocación de metros y metros de tubería, etc., incluso identificar fugas en un regadío en zonas que son difícilmente accesibles. Las cosas han cambiado mucho: la tecnología te ahorra horas y horas de trabajo y te facilita las cosas en gran medida.
Llevas más de siete años investigando en la UMH sobre compostaje y valorización de materia orgánica. ¿Qué es lo que más te apasiona de este campo y qué crees que aporta a la sociedad?
Hice mi proyecto final de carrera en el IVIA sobre compostaje, porque siempre me ha llamado la atención toda la magia de la microbiología: que podamos transformar con una técnica muy sencilla, pero complicada a la vez, lo que consideramos residuo, en algo valioso, en un fertilizante con calidad. Una técnica que cuanto más investigamos sobre los procesos microbiológicos que ocurren en ella, más nos maravilla y, sin embargo, es robusta y está al alcance del agricultor. El compostaje proporciona sostenibilidad, soberanía y acerca a la autosuficiencia al agricultor. Cursé el Master de Gestión, Tratamiento y Valorización de Residuos orgánicos en la Universidad Miguel Hernández de Elche y tras el TFM tuve la oportunidad, a través del proyecto AgroCompost de la Conselleria de Agricultura, Agua, Ganadería y Pesca, de volver a la universidad en el equipo de Raúl Moral con un proyecto de experimentación, transferencia y difusión que ha generado herramientas como la calculadora de compostaje para buscar soluciones a pie de campo, para sacar la ciencia de la universidad y llevarla al bancal.
El agricultor siempre ha tenido el sentimiento de circularidad: recircular estiércol, podas o vertidos forma parte de su ADN y ahora debemos dar nuevas herramientas
¿Cuál es la respuesta de los agricultores ante estas herramientas que ponéis a su alcance?
A la mayoría les genera bastante interés. Te diría que un 90 por ciento están interesados. Algunos enseguida lo incorporan a sus tareas, igual que riegan o fertilizan, y a otros les cuesta más incorporarlo, pero en general todos quieren, por lo menos, tener el conocimiento de cómo podrían hacerlo. Y si en ese momento, en su explotación no les cuadra por diferentes motivos, todos tienen ese interés en incorporarlo a largo plazo, sobre todo aquellos que gestionan muy de primera mano su explotación. En principio, encontramos siempre muy buena predisposición.
Desde 2023 diriges la Finca Experimental de Sinyent, un espacio muy vinculado a la innovación agraria. ¿Qué líneas de trabajo estáis desarrollando y cómo se relacionan con la sostenibilidad?
La finca Sinyent es la apuesta de AVA-Asaja por la transferencia y la innovación. Todo lo que hacemos tiene vocación de ser contado y transferido a nuestros agricultores. Nuestras líneas estratégicas principales son la búsqueda de nuevas materias activas que nos den más herramientas, ya sean biobasadas o de síntesis, porque no nos cerramos a nada porque necesitamos todas las herramientas. Es importante validar procesos y productos y que el agricultor vea de primera mano lo que funciona y lo que no de una manera objetiva a través de nuestro equipo técnico. Creemos que este filtro tecnológico es fundamental. Esto, por un lado. Por otro, mejorar y optimizar la eficiencia, tanto del riego como de la fertilización, con el apoyo de la digitalización. Pero digitalización útil, porque siempre añado este adjetivo a la digitalización: que sea útil, que no le complique más la vida al agricultor, sino que se la solucione, que le ayude en la mejora de su competitividad y profesionalización, que son tan necesarias. Esas líneas son, a grandes rasgos, las prioritarias, así como la recirculación de biomasas y conseguir biosistemas sostenibles.
El papel del ingeniero agrónomo es ser facilitador: aplicar tecnología útil, explicar y transferir conocimiento para producir más y mejor, con sostenibilidad económica y ambiental
¿Cuál es la vocación que mueve a la Finca Sinyent?
La finca tiene vocación de filtro tecnológico y de validar de forma objetiva todo lo que está en el mercado, pero también lo que está en desarrollo. Cuando le contamos al agricultor, puedes hacer esto, pero mira, es que no salen los números, es como si no le contáramos nada, la sostenibilidad principal es la económica. También queremos que el agricultor vea que los problemas de dentro de diez años se tienen que empezar a trabajar ahora con ideas innovadoras, y que, a lo mejor, de siete ideas innovadoras acaba saliendo para delante una, pero hay que trabajar las siete, porque así es como se encuentra también la solución en muchos otros campos.
Parece claro que uno de los ejes de tu carrera profesional es acercar la ciencia al lugar donde se manifiestan sus avances.
La ciencia aplicada es lo que me ha movido siempre, generar ese vínculo entre lo que se sabe en la academia y lo que necesita el agricultor. Miro hacia atrás y digo “es que siempre he estado buscando esa aplicación del conocimiento y esa transferencia”. Y la verdad es que en la finca Sinyent estoy encantada. Encantada con el equipo, encantada con la apuesta que está haciendo AVA como asociación agraria, además de la actividad reivindicativa, en la búsqueda proactiva de soluciones técnicas y tecnológicas para el sector a través de la finca. En la finca vamos a equivocarnos nosotros primero para evitar que los agricultores cometan esos mismos errores. Yo creo que eso es fundamental.
Mi reto es situar la Finca Sinyent como referente nacional e internacional en citricultura e innovación, y seguir formando a futuros ingenieros agrónomos comprometidos con la sostenibilidad
La economía circular y la gestión de residuos orgánicos están cada vez más presentes en la agenda pública y empresarial, ¿cómo percibes este cambio de mentalidad en el sector agrario?
El agricultor siempre ha tenido el sentimiento de circularidad, no es algo nuevo que nos estemos inventando nosotros ahora. El agricultor siempre ha recirculado todo: el estiércol, las podas, los vertidos, eso lo lleva en el ADN. El sistema de no generar residuos, sino ser autosuficiente y poder recircular, a todos les resulta interesante, y yo te diría que, a la mayoría, si no pueden ponerlo en práctica, les gustaría hacerlo, porque además todos conocen los beneficios de la materia orgánica en el suelo. Es un conocimiento heredado y aprendido, y todos saben que, de alguna forma, la fertilidad no está solo asociada a las unidades fertilizantes, sino que hay una cosa más viva, que es la materia orgánica, que genera una fertilidad diferente que ellos no pueden medir, pero sí observan. Aunque lo tengan integrado inconscientemente, hay que dar herramientas y hay que respetar también los tiempos de cómo un sector como el agrícola incorpora los nuevos mandatos.
¿Qué tendencias ves más claras en el futuro de la valorización de residuos y su aplicación en la agricultura?
La autosuficiencia del agricultor es clave, pero en explotaciones pequeñas resulta inviable gestionar residuos orgánicos de forma individual. La solución está en la cooperación: las cooperativas y comunidades de regantes pueden asumir esa función igual que gestionan fertilizantes, tratamientos o riego. Se trata de compartir maquinaria y recursos, con un sistema proporcional a las aportaciones de cada socio, siempre en circuitos cortos y con materias orgánicas de proximidad. Así, lo que antes era residuo, se transforma en recurso útil, con calidad garantizada y bajo control del propio agricultor. Este modelo conecta con el conocimiento adquirido: cada uno aporta uva, alperujos, destrios, sarmientos o estiércol, y recibe compost de calidad. Evita depender de residuos urbanos o lodos de origen incierto y garantiza la salud del suelo agrícola, que debe ser cuidado como un recurso sagrado.
¿Qué papel crees que debemos jugar los ingenieros agrónomos en la transición hacia biosistemas más sostenibles y eficientes?
El ingeniero agrónomo ya conoce la importancia de mantener el biosistema. Si perdemos el biosistema, perdemos nuestra forma de producción, con lo cual, los primeros que tenemos que estar interesados en que esto dure mucho tiempo somos nosotros y los productores. Tenemos un reto tremendo de alimentar al mundo, y yo creo que nuestro papel es aplicar la tecnología, pero de una forma siempre útil, no complicándole la vida al productor. Nosotros tenemos que ser los facilitadores de que todo eso llegue. Los facilitadores, como los mediadores, eso es lo que veo que es nuestro papel. Tenemos que ser capaces también de explicar y de transferir que toda esta tecnología, cuando es útil, es buena, que nos va a hacer la vida fácil y nos va a ayudar tanto a la sostenibilidad como a producir más.
¿Qué proyectos o retos personales y profesionales te ilusionan más mirando los próximos años?
Situar a la finca Sinyent en el espacio nacional e internacional que creo que merecen la citricultura y la agricultura mediterráneas. Creo que tenemos que posicionarnos como finca de referencia en transferencia e innovación. Se lo debemos a nuestro sector, se lo debemos a nuestros productores. Eso me ilusiona muchísimo, pero sin perder el vínculo con el mundo académico. También quiero seguir con mi vertiente académica para poder formar a más futuros ingenieros agrónomos y hacer el camino inverso, llevar las necesidades del bancal a la universidad. La circularidad y la sostenibilidad son dos cosas que me apasionan y quiero poder seguir elaborando ciencia, que creo que es lo que mueve el progreso de la sociedad. Necesitamos muchísima ciencia.