“En la balanza de mi vida, me compensa emprender en el medio rural, donde nací”
Alma Nebot lo tiene muy claro: quiere desarrollar su carrera como ingeniera agrónoma en el territorio que la vio nacer: Lucena del Cid, en Castellón. Por eso no dudó en aceptar hacer sus prácticas en la Bodega Flors, en les Useres. Cuando aún no había acabado la carrera comenzó con la truficultura. Hizo un máster en enología, comenzó a asesorar bodegas y decidió comenzar a hacer un vino de autora, A mi manera, y otro mezclado con miel inspirado en la época de los romanos. También desarrolla actividades enoturísticas. Con solo 30 años, ya tiene en la cabeza un proyecto a largo plazo con el que quiere demostrar que es posible recuperar cultivos en áreas donde ya casi nadie se dedica a la agricultura y la ganadería. “Los cultivos abandonados se han convertido en un polvorín”, alerta. Y anima a otros compañeros con raíces en áreas rurales a emprender proyectos similares al suyo. “Puede que no tengas el mismo sueldo que en una multinacional, pero a mí me compensa recuperar mi territorio”.
Eres ingeniera agrónoma y enóloga. ¿Qué valor diferencial crees que aporta esta doble formación a tu día a día profesional?
Pues yo creo que, por un lado, la resolución de problemas es la parte ingenieril de la ecuación, pero la parte enológica tiene un lado muy creativo que también me gusta. Por eso de diseñar, imaginar y pensar lo que estás probando, la uva que estás probando, pensar y poder imaginarte lo que será el vino en el futuro. Eso es una parte más creativa e imaginativa que realista. Me gusta la combinación de ambas cosas. También supongo que te da ventaja el hecho de conocer los cultivos, cómo se desarrolla, el ciclo de todo lo que cultivas. La formación enológica, en el caso de la UPV, estaba mucho más enfocada a controles de calidad, laboratorio y trabajos de bodega, no tanto en campo, y entonces ahí sí que la carencia de esos estudios en ese sentido del campo, de la enología, pues sí que lo suplo con la ingeniería.
Podría ganar el mismo sueldo que ganaría a lo mejor viviendo en Valencia y trabajando en una multinacional? Pues puede ser que no. Pero a la larga, en la balanza de mi vida, a mí me compensa esto
Volviste a Lucena después de formarte. ¿Qué te impulsó a quedarte y desarrollar allí tu proyecto en lugar de buscar oportunidades en zonas con más infraestructura vinícola?
Porque si nadie cuida el campo y el monte, se va a acabar quemando todo. Aquí, en Lucena, hace 50 años había ganadería, una agricultura importante y ahora no queda prácticamente nada. Todo este patrimonio cultural de los abancalados en zonas de alta montaña se está perdiendo, y si nadie se plantea qué hacemos y cómo volvemos a ponerlo en valor, la cantidad de pinos y la cantidad de maleza que está creciendo en todas esas antiguas zonas de cultivo las está convirtiendo en un polvorín y ya estamos viendo las consecuencias. Cada año hay más incendios. Mi familia tiene unos terrenos aquí y uno de los motivos para venir fue ese, impedir que se perdiesen del todo y volverlos a poner en producción para proteger el suelo, el valor cultural y el paisaje activo que tienen los terrenos agrícolas aquí arriba.
¿Qué papel crees que tienen proyectos como el tuyo en la diversificación económica de las zonas rurales del interior?
A día de hoy, creo que su papel es mínimo. Somos muy pocos, entonces el impacto diario en el pueblo no es tan importante, porque al final son proyectos pequeñitos que no se pueden comparar con una industria o una fábrica. Lo bueno sería que en cada pueblo hubiese tres o cuatro proyectitos como este, entonces sí que tendría un impacto mucho mayor.
Si nadie cuida el campo y el monte, se va a acabar quemando todo
¿Sientes que estás nadando a contracorriente?
Sí, y creo que en parte es consecuencia de lo que se transmite desde las universidades y las administraciones: nadie te dice, cuando estás estudiando la carrera, que intentes emprender, volver al pueblo, recuperar lo que se está perdiendo. Todo el mundo te plantea trabajar en grandes multinacionales con proyección en muchos países, viajar, mucha investigación, mucho I+D+i, todo fuera casi siempre. No están provocando ni incentivando que la gente se dé cuenta de lo que de verdad tenemos aquí, que a lo mejor los olivos del abuelo, que se muere de pena viendo cómo se echan a perder, se pueden recuperar: con unas buenas técnicas de cultivo, unas buenas técnicas de marketing y una comunicación bien llevada se podría hacer un cultivo y una explotación rentable, a lo mejor con las mismas proyecciones de viajar y de conocer mundo, igual o mejor que, a lo mejor, trabajando para una multinacional.
Tu marca A mi aire nace de uvas de viñedos viejos que gestionas en Lucena. ¿Qué retos y satisfacciones te está dando recuperar este patrimonio vinícola?
La satisfacción es que, de momento, el vino lo podemos vender y parece que está gustando. Siempre es bonito que te reconozcan un trabajo que estás haciendo. Y también me está dando pie a solventar problemas y situaciones que no me imaginaba que iba a tener, porque llevo cuatro años encargándome de este viñedo y cada año pasan cosas. El primer año fue fenomenal y pensaba que era todo fantástico. El segundo tuve la primera incursión de jabalí, y nos tocó hacer un vallado perimetral con pastor eléctrico. El tercer año aparecieron los corzos que saltaban por encima y se comían los brotes. El año pasado, la sequía que hubo más los corzos hicieron bajar la producción de 30 cajas a tres. Aquí, la agricultura es una aventura. Para mí, de momento, este proyecto es un campo de ensayo. Por suerte vivo del asesoramiento enológico y del asesoramiento de proyectos de construcciones de bodegas. Si tuviese que vivir directamente de esto, no podría.
Con la truficultura me metí cuando estaba acabando la carrera
También estás con la truficultura. ¿Qué has aprendido de esta experiencia?
Con la truficultura me metí cuando estaba acabando la carrera. Empezó todo por la culpa de una perra que le regalaron a mi tío, que resulta que buscaba trufas sin enseñarle. Al principio trabajé en terrenos arrendados de antiguos avellanos, y zonas en las que había encinas donde también sabíamos que salían trufas. Ahora ya lo hemos plantado, porque el cultivo espontáneo no es rentable. Nos pusimos a transformar los terrenos que ya teníamos y los hemos ido transformando poco a poco, aunque encima, la administración, para cambiar de calificación de forestal a agrícola dilata mucho los plazos. Si después el cultivo es muy lento, que hasta los 7 años no empiezas a sacar nada y hasta los 15 no está en plena producción, no tenemos más remedio que tomárnoslo con calma. Es un proyecto a muy largo plazo.
El vino Vimel, fermentado con miel, refleja una filosofía de colaboración con productores locales. ¿Cómo surgió la idea y qué acogida está teniendo?
Surgió a raíz de una colaboración que hice con un apicultor de Lucena que tiene cajas en varios parques naturales. Me dijo que los romanos utilizaban la miel para edulcorar el vino y para hacerlo más agradable para beber y lo llamaban «mulsum». Entonces yo le di una vuelta de tuerca y en lugar de añadir la miel una vez que se ha acabado el proceso, la añado mientras el vino aún está fermentando. Entonces hay una segunda fermentación junto con las pieles, porque es un vino tinto. El vino no acaba de ser un vino dulce, porque no acaba de tener una concentración de azúcares para calificarlo como dulce, pero sí tiene un toque de dulce. Tanto por los azúcares que se han quedado de la miel, como por otros polisacáridos que tiene la miel, que no fermentan en ningún momento.
Aquí, en Lucena, hace 50 años había ganadería, una agricultura importante y ahora no queda prácticamente nada
¿Qué aceptación está teniendo?
Pensábamos que no iba a tener mucha, pero a la larga, a la gente le llama mucho la atención. No es un vino para tomarte comiendo una paella, ni para una comida entera, pero sí que está encajando muy bien en los menús degustación de restaurantes con estrellas Michelin. Por ejemplo, la Atalaya lo tiene en el menú degustación y forma parte de un postre, es un plato junto con una copa de este vino.
Gestionar pequeñas bodegas requiere mucha polivalencia. ¿Qué aspectos de tu trabajo como directora técnica y asesora te resultan más complejos y cuáles más gratificantes?
Los complejos siempre tienen que ver con la administración y con las certificadoras. El papeleo puro y duro, porque encima, que todo el mundo te pida los mismos datos en formatos distintos es desesperante. Eso es lo peor de todo, de cualquier industria y cualquier explotación agrícola. La parte comercial tampoco no me gusta mucho. En cuanto al vino, me gusta hacer las visitas de enoturismo y recibir la gente en la bodega. Pero lo que más me gusta es la época de vendimia, que es una locura, vamos todos de cráneo, pero ver cómo van evolucionando las uvas y va cambiando todo, me encanta. Y después, de las trufas lo que más me gusta es irnos al campo con las perras y buscarlas.
El papeleo puro y duro es lo peor de todo, de cualquier industria y cualquier explotación agrícola
¿Qué pasos estás dando para consolidar ese modelo y qué dificultades encuentras?
Estoy diseñando aún la explotación, tanto desde el punto de vista técnico como práctico, pero también desde los puntos de vista paisajístico y estético. Para que se combine todo para que cuando las plantas estén en plena producción, tanto los viñedos como las trufas, estén bien integrados todos los cultivos en el paisaje y sea una cosa agradable y bonita de ver: ya que tienes que venir a ver una explotación, pues que sea bonita. Mi idea, a la larga, es construir una bodega aquí en Lucena.
¿Puede más a veces la estética que la funcionalidad?
Tengo una plantación de carrascas jóvenes de 3 años y he dejado una carrasca que a lo mejor tendrá cien años. Agronómicamente hablando, bien no les va a hacer a las plantas que están alrededor porque ese árbol tan grande consume muchos recursos, pero ¿quién soy yo para cortar aquí ahora una carrasca de 100 años? Aquí también duermen murciélagos y pájaros, se resguardan del calor los insectos y yo busco una situación de equilibrio entre esa carrasca tan grande y las de alrededor, que a lo mejor no me producen todo lo que me tienen que producir, pero puede que a lo mejor gane en el sentido estético y a lo mejor en rendimiento de actividades turísticas. Al final, busco el equilibrio.
En cuanto a la sostenibilidad, ¿qué prácticas aplicas o planeas aplicar para asegurar que tu actividad sea respetuosa con el entorno?
Mi idea es calificarlo todo en cultivo ecológico, tanto el viñedo como las carrascas, y estar certificados por el organismo de cultivo de la Comunidad Valenciana. Aparte de eso, están muy de moda los términos de agricultura regenerativa o agricultura biodinámica. Al final yo lo acabo llamando agricultura lógica y razonable. Es pensar un poco la actuación que vas a hacer sobre el terreno o sobre las plantas. Al final, si vas a ganar solo la prevención de la enfermedad o matar las hierbas o si vas a obtener algo más aparte de eso. En mi familia tenemos una discusión bastante grande con el tema de las cubiertas vegetales, yo soy muy defensora y pienso implantarlo en todo o casi todo, pero claro, aún aquí sigue habiendo conversaciones de lo que hacemos, les xarrades de bar, que si tienes el bancal lleno de hierba, pues que marrano eres, y en cambio no ven los beneficios que le aporta al suelo y a la planta el tener esa cubierta vegetal. Para mí las viñas son arbolitos, y lo que intento es que bajo haya un sotobosque. Es una combinación de plantas, en mi caso espontáneas, en las que pueden refugiarse tanto insectos como pequeños mamíferos o murciélagos, roedores, lo que sea. Eso genera una especie de un ecosistema que si lo dejas, con el tiempo se equilibra y la planta se acostumbra a tener esa pequeña cubierta vegetal. Todo bien llevado y bien controlado te lleva un equilibrio perfecto.
Aquí, la agricultura es una aventura. El año pasado, la sequía que hubo más los corzos hicieron bajar la producción de 30 cajas a tres
Si tuvieras que animar a otros ingenieros agrónomos a emprender en su pueblo o comarca, ¿qué argumentos les darías basados en tu experiencia?
Al final es bonito vivir del trabajo que haces y, sobre todo, a mí me gusta mucho involucrar a la familia, trabajar mis tierras, poner en valor mi territorio. A mí me compensa. ¿Podría ganar el mismo sueldo que ganaría a lo mejor viviendo en Valencia y trabajando en una multinacional? Pues puede ser que no. Pero a la larga, en la balanza de mi vida, a mí me compensa esto. Si alguien tiene un mínimo de interés en recuperar cualquier cultivo o cualquier ganadería e intentar hacer un proyecto de estos, yo le recomendaría por lo menos intentarlo.
¿No significa este planteamiento tomar muchos riesgos?
Creo que los ingenieros agrónomos siempre estamos a tiempo de decir «esto no me ha funcionado, me voy a buscar trabajo fuera, me voy a buscar trabajo en una gran ciudad». Tenemos esa polivalencia y ese plan B que al final nos permite decir venga, me la juego un poco, estoy unos años a ver si esto tira y si al final no va, porque hay muchos factores a tener en cuenta, por lo menos lo has intentado y no se te queda el gusanillo de decir a los 55 años “esto tendría que haberlo intentado cuando tenía 25”.